El evangelista Lucas nos encuadra cronológica e
históricamente la escena. Lo hace desde la perspectiva universal y política (el
Imperio romano y los diversos gobiernos locales), y desde la religiosa (el Sumo
sacerdote del Templo de Jerusalén). El proyecto de Dios, la historia de la
salvación, se realiza en el tiempo y en la historia humanos, transformándolos.
La figura
de Juan Bautista es esencial en este tiempo de Adviento, de espera. Él invita a
«preparar el camino del Señor». Aunque corre el peligro de convertirse en una
voz ahogada, ignorada, sólo «una voz que grita en el desierto»
Haciéndose
eco del clamor profético de Isaías proclama la exigencia de cambio radical para
poder recibir al Señor: unas veces significará allanar, aplanar, enderezar,
igualar (en cuantas ocasiones en nuestra vida hay asperezas, malas formas, peor
carácter, somos con frecuencia retorcidos...); otras comportará descender,
abajarse (falta sencillez, cuanta prepotencia, nos sentimos superiores a los otros...);
pero también procederá en alguna ocasión elevarse (dejarse de complejos, somos
hijas e hijos de Dios, tenemos una dignidad indiscutible...).
La
liturgia de este tiempo de Adviento invita a cambiar de vida, pero no de una
manera superficial, sino profunda.