lunes, 30 de enero de 2017

Domingo V del tiempo ordinario, ciclo A - Mt 5,13-16

Sal y luz del mundo
En el evangelio de este domingo Jesús compara a sus discípulos con dos realidades cotidianas: la sal y la luz. El Maestro habla un lenguaje comprensible por todos: partiendo de las realidades diarias ilustra las verdades más profundas.

Los seguidores de Jesús han (hemos) de ser como la sal. La sal da sabor, conserva los alimentos, aviva el fuego. Todas estas cualidades pide Jesús para su discipulado. La sal prácticamente no se ve, su presencia es casi imperceptible; pero si falta se echa de menos. Nada es igual sin ella. Tenemos la misión de dar sabor a la vida, que ésta tenga sentido; de conservar lo mejor que hay en cada una de las personas, de las comunidades, también de la sociedad y de la Iglesia; y de avivar el fuego: la vida sin pasión no es vida; el cristianismo sin pasión pierde toda su fuerza. Aunque siempre sin buscar protagonismos, como la sal que prácticamente no se ve.

Y también hemos de ser luz. La luz es lo contrario a la oscuridad. La oscuridad es sinónimo de miedo, de mal, de pecado, de escondido, de injusticia… La misión del seguidor o seguidora de Jesús es iluminar estas realidades, denunciar el mal y la injusticia, ser luz en todas las situaciones de «oscuridad»: de impunidad, arbitrariedad, tiranía, inmoralidad, violencia física o moral... Y este encargo no suele ser ni cómodo ni fácil.

El cometido que encomienda Jesús a su discipulado es exigente, e implica una misión irremplazable.

lunes, 23 de enero de 2017

Domingo IV del tiempo ordinario, ciclo A - Mt 5,1-12a

Lugar donde la tradición sitúa el «Sermón de la montaña»
El evangelio de este domingo sitúa a Jesús en la montaña predicando. Jesús afirma que son dichosos, felices los pobres, los que lloran y sufren, los perseguidos por practicar el bien...; pero también los hambrientos de justicia, los que practican el amor misericordioso, los que se empeñan en hacer posible la paz, etc. En realidad Jesús inaugura un nuevo estilo de vida personal y comunitario, donde desaparecen las distancias entre los desafortunados y los que viven en prosperidad. En este cambio de paradigma implica a la comunidad de sus discípulos: no se ha que esperar a la otra vida para que cambien las cosas. El reino de Dios lo inauguró ya Jesús y todos estamos llamados a hacerlo presente en este mundo, aunque en él no pueda llegar a su plenitud.

Pablo comentará en sus cartas (segunda lectura) que en la comunidad cristiana no caben los prepotentes o los insolidarios, ya que los llamados son «la gente baja del mundo, lo despreciable, lo que no cuenta para anular a lo que cuenta, de modo que nadie pueda gloriarse en presencia del Señor». No es que no quepan los que no responden a esas características; es simplemente cambiar las cosas: los que cuentan, los que se merecen ser felices son los que no lo han sido nunca, los primeros en la comunidad de Jesús son los últimos según el mundo.

martes, 17 de enero de 2017

Domingo III del tiempo ordinario, ciclo A - Mt 4,12-23

Las circunstancias violentas del encarcelamiento de Juan Bautista empujarán a Jesús a establecerse «en Cafarnaún, junto al lago (de Galilea)». Dios también se vale incluso de las injusticias humanas para hacer posible su plan salvífico. Decía santa Teresa de Jesús: «Dios escribe recto en renglones torcidos».

La primera predicación de Jesús y los primeros relatos de vocación el evangelista los sitúa en este contexto. Jesús llama a la conversión, al cambio de vida, «porque está cerca el reino de los cielos»: una situación nueva exige una actitud nueva. 

La Buena Noticia del Reino implica la liberación del mal, de todo mal, de toda injusticia; significa estar atento e involucrarse en las necesidades del prójimo, en las «dolencias del pueblo», «curarlas» a ejemplo del Maestro. Y para eso Jesús llama a sus primeros seguidores, a Simón, a Andrés, a Santiago, a Juan...; como nos llama a cada uno de nosotros y de nosotras. Es una llamada a predicar, a vivir, a testimoniar la proximidad del Reino de Dios, en el que no habrá más injusticia, donde será respetada la dignidad de todos y de cada uno/a, en donde todos serán hermanos/as, hijos e hijas del único Padre común. Ellos «dejaron (barca, familia, ocupaciones, etc.)... y le siguieron». ¿Qué estoy yo dispuesto a dejar para hacer posible la cercanía del Reino?

martes, 10 de enero de 2017

Domingo II del tiempo ordinario, ciclo A - Jn 1,29-34

Juan Bautista da testimonio de Jesús: el importante, el definitivo es Jesús, el Hijo de Dios. No le afecta perder «clientes» para que sigan a Jesús. Juan no se predica a si mismo, con apariencias de piedad.

Lo primordial es la voluntad de Dios, aunque se olviden de mí. Nos cuesta entender esto: nos gusta que nos reconozcan, la «palmadita en la espalda», que hablen bien de nosotros... Y si no lo hacen nos duele y caemos en la crítica fácil. En el fondo nos buscamos más a nosotros mismos que el hacer el bien desinteresado o la evangelización sin recompensa inmediata. La actitud del Bautista es bien distinta.

Jesús es quien trae la liberación definitiva, también de nuestros egoísmos y egocentrismos. Él es la respuesta definitiva a la búsqueda de sentido del ser humano. Estamos llamados a dar testimonio de esta realidad y a proclamarlo explícitamente (salmo responsorial): «He proclamado tu salvación ante la gran asamblea; no he cerrado los labios: Señor, tú lo sabes»

El mal del mundo es derrotado en la acción liberadora de Jesús, ésta es la proclamación de Juan Bautista. Ésta ha de ser nuestra convicción, nuestro anuncio, el testimonio de nuestra vida.

viernes, 6 de enero de 2017

El Bautismo del Señor - Mt 3,13-17

Río Jordán
Jesús se presenta en el Jordán, ante Juan Bautista, como uno más, «para que lo bautizara». En este acto sencillo, humilde, se produce una gran teofanía –la manifestación de Dios trinitario–, la Palabra del Padre avalando la misión del Hijo, de Jesús, y la acción del Espíritu Santo que desciende del cielo y se hace presente también en Jesús.

Las palabras y las acciones de Jesús en toda su vida pública, que se inicia con el bautismo a orillas del Jordán –episodio al mismo tiempo sencillo  y sublime–, van a estar caracterizadas por un respeto exquisito por las circunstancias concretas de cada persona, con una atención especial a los débiles, a los sencillos, a los humildes, como nos recuerda la profecía mesiánica de Isaías (primera lectura): «la caña cascada no la quebrará, el pábilo vacilante no lo apagará». A ellos y a todos ofrecerá una «Buena Nueva» de salvación, de liberación.

Los gestos y el mensaje de Jesús nos interpelan al cristiano y a la cristiana actuales, no sólo para cambiar de actitud personal sino, sobre todo, para contrastar nuestra relación con los demás: ¿responde a un respeto delicado a sus limitaciones, diferencias, carencias, etc.? ¿Sus problemas, dificultades, angustias, necesidades..., las vivo como propias?

martes, 3 de enero de 2017

La Epifanía del Señor - Mt 2,1-12

La palabra «Epifanía» significa manifestación. Dios se ha manifestado, en Jesús, a todos los pueblos, a todos los hombres y a todas las mujeres de todos los lugares, de todos los tiempos. Los magos de Oriente que vienen a adorar al «Rey de los judíos», a Jesús niño, representan al conjunto de las naciones, a quien Dios se quiere mostrar como respuesta a sus esperanzas y expectativas.

Las actitudes que muestran los diferentes personajes de la narración del evangelio de hoy también son trasladables a nuestras situaciones actuales concretas. A Herodes le inquieta el nacimiento de Jesús, lo que le preocupa es que alguien le pueda hacer sombra, que alguno rivalice con él y merme su poder. Los sumos sacerdotes y los escribas saben, conocen la Escritura, pero se muestran indiferentes ante el acontecimiento que anuncian los sabios de Oriente: ellos ya viven bien, ¿para qué necesitan un salvador? Los extranjeros que siguen la estrella se entusiasman, incluso recorren un largo camino, preguntan, investigan, «se llenaron de inmensa alegría» cuando encuentran el camino y se arrodillan ante la grandeza de Dios que se manifiesta en lo pequeño. María muestra al niño, a su Hijo, a todos los que lo requieren, pasando discretamente a un segundo plano. ¿Cuál es mi actitud ante las manifestaciones de Dios en la vida cotidiana?