Son las mujeres las primeras testigos
de la Resurrección
de Jesucristo. Son ellas las que escuchan el mensaje que transformará la
existencia humana: «¿Por qué buscáis entre los muertos al que vive? No esta
aquí. Ha resucitado» Pasan del desconcierto y el miedo a convertirse en
proclamadoras de la Buena
Nueva. Jesús ha querido que sean ellas, las mujeres,
consideradas entre sus contemporáneos como incapaces de ser testigos válidos,
las enviadas a los discípulos como testigos privilegiados de la realidad más
profunda del misterio de Jesús. Dios Padre ha resucitado a Jesús: ha pasado de
la muerte a la vida, a una vida que ya no tiene fin. ¡Alegrémonos porque
verdaderamente ha resucitado el Señor!
sábado, 30 de marzo de 2013
Domingo de Pascua de Resurrección - Lc 24,1-12
Hoy
celebramos el triunfo de la vida. Comentábamos el «Viernes Santo»: la muerte no
tiene la última palabra; y hoy lo constatamos en la resurrección de Jesús. Pero
nos cuesta convencernos de esta realidad: lo tomaron por un delirio y no las creyeron. Los discípulos no creen a las mujeres que anuncian que Jesús ha
resucitado. Nuestra visión pesimista de las cosas, del mundo, de la vida nos
dificulta (o imposibilita) el ver la realidad que nos rodea con esperanza, con
vitalidad, con auténticos ojos confiados. El Dios de Jesús es un Dios de vida.
viernes, 29 de marzo de 2013
Viernes Santo - Jn 18,1-19,42
En
la cruz de Jesús, en lo alto, hay un letrero, escrito en hebreo, latín y
griego: «Jesús, el Nazareno, el rey de los judíos» Una auténtica
paradoja. Un rey que reina desde la cruz, colgado en un madero. Su sufrimiento
y su muerte son la forma concreta de ejercer su reinado, su poder. Desde
entonces el sufrimiento, el dolor, la muerte no son algo inútil. Él ha querido
solidarizarse con el sufrimiento humano, con el dolor de todos, en su propia
carne. Nos ha mostrado el rostro humano de Dios: de un Dios compasivo, de un
Dios que padece con el que sufre.
Pero Él no nos ofrece la alternativa
de la resignación, sino de la esperanza. De la esperanza de los justos. A Jesús
lo mataron porque sus palabras y, sobre todo, su forma de actuar molestaban a
los poderosos: era un peligro para su status. Pero, la muerte no tiene
la última palabra. La cruz de Jesús es signo de esperanza.
Viernes santo es sufrimiento, dolor y
muerte. Pero para el seguidor de Jesús, para quien tiene fe es, sobre todo:
esperanza, vida, resistencia ante la injusticia y el mal, expectativa de resurrección,
certeza de que el bien vencerá, convicción de que el Dios de Jesús es un Dios
de vida.
martes, 26 de marzo de 2013
Jueves Santo - Jn 13,1-15
Hoy
el evangelio nos habla de amor, de amor hasta el extremo, de amor sin límites.
La escena se desarrolla en el contexto de la última cena de Jesús con sus
discípulos, en la despedida antes de ir al Padre a través de su muerte en cruz.
Como suele ser habitual, sus amigos
más cercanos no entienden el signo de Jesús. No comprenden cómo el Señor puede
lavarles los pies. La acción de lavar los pies era un trabajo propio de los
siervos o esclavos. Por eso Pedro se resiste: cómo él, que es un discípulo, va
a ser servido por Jesús, su Señor. ¡No es lógico!. No puede admitir esa
humillación en el Maestro y Señor. No pueden entenderlo: nunca el
superior sirve al inferior; nunca el poderoso se rebaja al súbdito; nunca el
que manda se abaja hasta el que obedece; nunca el que es Maestro y Señor lava
los pies del discípulo. Jesús rompe esta lógica.
Y pide a sus discípulos que ellos
también rompan con esa lógica: «os he dado ejemplo para que lo que yo he
hecho con vosotros, vosotros también lo hagáis» El mensaje de Jesús exige
renunciar a las ansias de poder, de prestigio, de dominio y, por el contrario,
estar siempre dispuestos a servir a los demás. No tenemos nada que ver
con Jesús si no estamos dispuestos a aceptar este estilo de vida.
miércoles, 20 de marzo de 2013
Domingo de Ramos en la Pasión del Señor - Lc 19,28-40
Es curioso el estilo de Jesús. Entra en Jerusalén
montado en un borrico. Su Reino, verdaderamente, no es de este mundo; como
afirmará después ante Pilato. Su Reino no tiene nada que ver con el poder y con
el prestigio.
La gente sencilla lo aclama, grita
alabando a Dios, está entusiasmada con este hombre que les descubre un Dios
cercano, portador de paz, cuya gloria consiste en el bien de todas las mujeres
y de todos los hombres. Pero todos no entienden la sencillez de este mensaje.
Esos gritos no les parecen «políticamente correctos»
A Jesús no le molestan estos signos
sencillos, populares, de religiosidad. No los necesita, es verdad, si ellos
callasen –afirma– gritarán las piedras; pero los aprueba. O quizás sí
necesita de estas exclamaciones de alabanza. El Señor quiere, y necesita,
nuestra cooperación para que en este nuestro mundo se hagan presentes los
valores del Reino; sino qué sentido tiene cuando pide a los discípulos que
contesten al dueño del borrico, sobre el que entrará en Jerusalén: el Señor
lo necesita. Él desea que nuestra oración nazca de un corazón sencillo, de
un corazón que pone plenamente su confianza en Dios, de un corazón que está
dispuesto a hacer todo lo posible para que la Buena Noticia de
Jesús llegue a todos.
lunes, 18 de marzo de 2013
Festividad de san José - Mt 1,16.18-21.24a
Los pocos textos de los evangelios en que aparece
José, esposo de María, son suficientes para hacernos una idea de que es un hombre
de Dios por los cuatro costados.
Es un hombre fiel a la voluntad de
Dios, una voluntad no siempre comprensible ni fácil. Es una persona de una fe
robusta, de una esperanza sin fisuras, de un amor de donación hasta las últimas
consecuencias.
Los evangelios de la infancia nos
mostrarán a un personaje que pasa casi desapercibido. Él es el esposo de
María, de la cual nació Jesús, llamado Cristo. Pero, su papel aparentemente
secundario será de una importancia vital: estará al lado de Jesús durante todo el
tiempo de su crecimiento. Se preocupará, junto con María, de su cuidado,
mantenimiento y educación. Le enseñará los primeros rudimentos, le introducirá
en el conocimiento de la
Palabra de Dios, le iniciará en los auténticos valores
humanos y religiosos y, sobre todo, le amará como un buen padre. Pero sabrá
guardar siempre un segundo plano, sin pretensiones, sin buscar el prestigio
personal.
Cuánto deberíamos aprender de este
hombre sencillo, pero plenamente abierto a la voluntad de Dios y al bien de toda
la humanidad.
martes, 12 de marzo de 2013
Domingo V de Cuaresma - Jn 8,1-11
Con
que facilidad estamos dispuestos a juzgar a los demás. ¡Cuántos defectos,
vicios, fallos... tienen todos los que me rodean, cónyuge, vecinos, compañeros
de trabajo...! Y me quedo tan
tranquilo/a con este pensamiento o murmuración.
Jesús nos tiene que recordar: El
que esté sin pecado, que tire la primera piedra. Él, igual que en el
evangelio del domingo anterior, nos muestra el camino del amor, bien diferente
del de la crítica, la descalificación o, peor aún, el «machacar» al que ha
errado.
Jesús, de la misma forma que el Padre
del «hijo pródigo», acoge, ama, reconcilia, dignifica a quien ha fallado. No
justifica el mal: Anda, y en adelante no peques más. Pero no condena ni
humilla. Su forma de actuar está muy lejos de nuestra intransigencia con los
defectos de los demás.
Estamos, con frecuencia, prontos a
acusar, a condenar, a ser intolerantes con los que no actúan según nuestros
pautas. Por el contrario, no estaríamos tan dispuestos a que los demás hiciesen
lo mismo con nosotros. El camino del Evangelio es bien distinto: sólo quien ama
es capaz de entender al otro.
martes, 5 de marzo de 2013
Domingo IV de Cuaresma - Lc 15,1-3.11-32
Dios
nos ama con amor infinito, entrañable, paternal, nos recuerda el evangelio de
hoy. Nos ama aunque nosotros nos empeñemos en no amar.
Cuantas veces nuestras vidas se
enfangan, como le pasó al hijo menor de la parábola, y no hallamos salida. Nos
desesperamos porque pensamos que no hay solución. Pero Dios no ha dejado en
ningún momento de amarnos. Él nos está esperando, más aún, sale a nuestro
encuentro: su padre lo vio y se conmovió; y, echando a correr, se le echó al
cuello y se puso a besarlo. Es Él quien corre a encontrarse contigo; es Él
el que se emociona con tu vuelta; es Él el que está loco de amor por ti, por
cada uno de nosotros.
Y, más aún, nos devuelve nuestra
dignidad de persona, que habíamos pisoteado, que los demás nos negaban: sacad
en seguida el mejor traje y vestidlo; ponerle un anillo en la mano... Nos
invita a participar de la alegría del banquete del Reino.
Pero no todos entienden esa actitud
del Padre; hay algunos que se creen con más derechos, porque piensan que nunca
han fallado. Aunque se han olvidado de lo más importante: el amor. El hijo
mayor habla de ese hijo tuyo que es un perdido. Y el padre le dice: es tu
hermano, deberías alegrarte. El reconocer a Dios como Padre implica el
reconocer al otro como mi hermano o mi hermana.
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