La escena de Jesús con los discípulos de Emaús (Cleofás y…
¿su esposa María?) es una de las más bellas del evangelio. Estos dos discípulos
marchan de Jerusalén decepcionados, sus esperanzas frustradas: «nosotros
esperábamos que él fuera el futuro libertador de Israel. Y ya ves…», han
asesinado nuestra esperanza. Les falta fe, les falta amor, por eso no tienen
esperanza.
El encuentro con un desconocido va a cambiar su perspectiva.
A nadie pasa desapercibida la catequesis eucarística implícita en la narración.
El desconocido les explica las Escrituras, les invita a «leer» en la Palabra de
Dios el plan divino de salvación; les ofrece ver con otros ojos el proyecto de
Dios materializado en la persona de Jesús. La Biblia leída – escuchada así abre
nuevas perspectivas, posibilita la fe, entusiasma: «¿No ardía nuestro corazón
mientras nos hablaba por el camino y nos explicaba las Escrituras?».
Cuando llegan a Emaús el desconocido se despide de ellos,
pero los discípulos no le permiten que continúe solo el camino; está
anocheciendo y no es prudente seguir caminando una persona solitaria. La
hospitalidad, el amor les va a permitir acoger al mismo Jesús, sin ellos
saberlo. Y lo reconocerán en la «fracción del pan», en la Eucaristía. Jesús
sale de la escena, y ellos sin demora vuelven a Jerusalén, aunque es de noche,
para comunicar a todos su experiencia del Resucitado. Todo ha cambiado en sus
vidas. ¿Así vivimos nosotros y nosotras la Eucaristía dominical?
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