jueves, 17 de abril de 2014

Viernes santo - Jn 18,1-19,42

El «viernes santo» constituye el cenit de los acontecimientos de los que hacemos memoria en estos intensos días litúrgicos. La vida y la predicación de Jesús culminan en una muerte ignominiosa, padeciendo –como nos recuerda la carta a los Hebreos (segunda lectura)– angustia, sufrimiento, soledad… Incluso Pedro, el primero en el grupo de los «Doce», niega el conocerlo; todos sus amigos y seguidores han desaparecido de la escena. La muerte en cruz es el desenlace previsible para una vida que pone en entredicho muchas actitudes aparentemente religiosas. Jesús resultaba incómodo.

Jesús entrega, desde la cruz, su espíritu al Padre, confiado en que sólo Dios puede sacar una victoria de un dramático fracaso. Y desde la cruz nos confía, a todos los discípulos, a todos los seres humanos –en la figura del discípulo amado– a su madre, a María.

Esperamos serenos la resurrección del Señor. Queremos aceptar todo lo que significa el mensaje de Jesús, también todo lo que tiene de dificultad, de sufrimiento, de exigencia… Confiamos en que la voluntad de Dios, que Él vivió y predicó, es lo mejor para la Humanidad, para la comunidad eclesial, para mí. Y estoy dispuesto a empeñar toda mi existencia, aún a riesgo de incomprensiones y…, en vivir los valores del Reino, en convertir el seguimiento de Jesús y su mensaje en mi «horizonte de comprensión»

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