El «viernes
santo» constituye el cenit de los acontecimientos de los que hacemos memoria en
estos intensos días litúrgicos. La vida y la predicación de Jesús culminan en
una muerte ignominiosa, padeciendo –como nos recuerda la carta a los Hebreos
(segunda lectura)– angustia, sufrimiento, soledad… Incluso Pedro, el primero en
el grupo de los «Doce», niega el conocerlo; todos sus amigos y seguidores han
desaparecido de la escena. La muerte en cruz es el desenlace previsible para
una vida que pone en entredicho muchas actitudes aparentemente religiosas.
Jesús resultaba incómodo.
Jesús entrega,
desde la cruz, su espíritu al Padre, confiado en que sólo Dios puede sacar una
victoria de un dramático fracaso. Y desde la cruz nos confía, a todos los
discípulos, a todos los seres humanos –en la figura del discípulo amado– a su
madre, a María.
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