La escena que nos narra el evangelio de hoy, para celebrar la fiesta de la Sagrada Familia, está muy lejos de un relato idílico. Es la historia de unos padres que deben huir con su hijo pequeño, perseguidos, exiliados a un país extraño. No es la historia de una familia «normal». O quizás sí. Cuantas familias, por desgracia, viven una situación similar. En muchas ocasiones muy cerca de nosotros, aunque para muchos pasen como «invisibles».
Jesús ha querido compartir con nosotros todo, también las situaciones más dolorosas. Y de ello han participado igualmente María y José. Esa primera «iglesia doméstica» no lo tuvo fácil.
Nuestras familias, nuestras comunidades, el discipulado de Jesús no puede vivir de espaldas a estas realidades. La crisis que estamos sufriendo no afecta de la misma manera a todos. Hay quienes ya sufrían dificultades antes de comenzar la crisis y ésta lo que ha hecho es agudizarlo, llevarles en algunos casos a situaciones desesperadas, sin salida. Como seguidores y seguidoras de Jesús somos responsables de aliviar, en la medida de nuestras posibilidades, estas situaciones; de denunciar las estructuras que provocan estas injusticias; de luchar por una sociedad, por un mundo que responda al plan de Dios.
Es verdad. Nosotros nos ponemos muy lejos de esta realiadad. Los pobres de la tierra y los más pequeños necesitan de pan y abrigo, casa e felicidad.
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