En el evangelio de hoy se nos narra cómo Juan Bautista,
desde la cárcel, envía a sus discípulos a preguntar por la identidad de Jesús. ¿Responde
a las esperanzas del pueblo o no? Jesús no replica con un discurso cargado de
razones, de argumentos; les invita a observar y a escuchar. Su respuesta es una
invitación a percibir cómo el poder misericordioso de Dios actúa en él, a favor
del ser humano necesitado (ciegos, inválidos, leprosos, sordos, etc.) y, al
mismo tiempo, a escuchar la
Palabra de Dios, la Buena Noticia del Reino de Dios, proclamada a los
pobres, a aquellos que son capaces de escucharla y vivirla.
Pero hay otra forma de «ver» que dificulta e incluso
imposibilita descubrir la acción de Dios en los acontecimientos cotidianos: la
curiosidad malsana, el cotilleo, el ansia de novedades... : «¿Qué salisteis a
contemplar...? ¿Qué fuisteis a ver...?»
La vida del seguidor o seguidora de Jesús, personal y
comunitariamente, debe responder de forma similar a como lo hizo Jesús a los
enviados del Bautista. El testimonio de una existencia al servicio de los demás
y la centralidad de la Palabra de Dios –vivida, compartida y proclamada– ha de
ser nuestro distintivo. La respuesta a las aspiraciones humanas más profundas
–también hoy– está en Jesús. Nuestra vida debe mostrar el camino para encontrarle.
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