jueves, 21 de enero de 2010

Domingo III tiempo ordinario - Lc 1,1-4; 4,14-21


Lucas sitúa a Jesús, al comienzo de su misión, en la sinagoga de Nazaret. Asiste, como buen judío, al culto sinagogal del sábado, centrado en la lectura y comentario de la Escritura. Junto a la lectura de la Torá (lo que nosotros llamamos Pentateuco y que contiene los cinco primeros libros de la Biblia), era habitual leer algún texto de los Nebiim (los Profetas). Jesús proclama un fragmento mesiánico del libro del profeta Isaías.

Lo novedoso de su intervención no es tanto la lectura profética como la interpretación actualizadora que hace de ella. Isaías anuncia un cambio radical en las relaciones sociales. Lo realizará el Ungido (=Mesías) por el Espíritu del Señor. Significará libertad para los cautivos y para los oprimidos; vista para los ciegos, para aquellos que no pueden ver, que la sociedad ha cegado; la «Buena Noticia» (Evangelio) para los pobres; un año de gracia del Señor, un año jubilar en el que es restituido el plan original de Dios para la humanidad…

Jesús afirma, de forma rotunda, sin más comentarios: «Hoy se cumple esta Escritura que acabáis de oír.» Debía de sonar como algo extraño, revolucionario, inesperado… Jesús está convencido que con Él se inaugura algo distinto: el Reino de Dios. Dios está del lado de los pobres, de los ciegos, de los desvalidos, de todo marginado… Todos ellos tienen dignidad, son amados por lo que son y no por lo que tienen; son hijos de Dios. La propuesta de Jesús sí que puede hacer que las cosas cambien.

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