Juan Bautista es el centro de atención; el pueblo espera que las cosas cambien, desde una situación difícil, de injusticia; el Mesías esperado puede ser la solución; ¿será Juan el Mesías?
El Bautista no busca su propio prestigio. Sólo desea que la voluntad de Dios se haga presente. Lo realmente importante es el plan de Dios para el momento que le ha tocado vivir, su designio para la humanidad.
A Jesús, por su parte, tampoco le importa la fama. Se acerca al bautismo de Juan como uno más. A partir de este gesto sencillo, Dios se manifiesta, nos muestra el auténtico rostro de Jesús: el Espíritu Santo baja sobre Él, y el Padre lo reconoce públicamente como su «Hijo, el amado, el predilecto»
Hemos de reconocer en Jesús la respuesta a nuestras aspiraciones más profundas, personales y comunitarias; la revelación de que las preguntas, las esperanzas… del ser humano tienen respuesta. Pero esto sólo es posible si renunciamos al egocentrismo, a buscar exclusivamente el propio bien, el placer, la comodidad… Sí es posible la esperanza; el mal y la injusticia no tienen la última palabra. Mi colaboración es necesaria, imprescindible en el plan de Dios.
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