lunes, 9 de octubre de 2017

Domingo XXVIII del tiempo ordinario, ciclo A - Mt 22,1-14

Otra imagen bíblica habitual, junto con la de la viña, que hemos visto en los domingos anteriores, es la de un banquete. De hecho la otra vida es imaginada como un gran banquete. Y Jesús, en la parábola de hoy, se hace eco de esta imagen para explicar diversas actitudes ante la invitación a participar del reino de Dios, del banquete del reino. El pueblo de Dios rechaza la llamada del Padre a participar del convite de la vida y del amor, el banquete de las bodas del Hijo. Los invitados conocían –como nosotros y nosotras– lo que significa este banquete pero «no quieren ir», prefieren marchar a «sus tierras y a sus negocios». La llamada de Dios no tiene respuesta en sus vidas. No se toman, no nos tomamos, en serio a Dios ni a su llamada a construir un mundo más fraterno, en el que todos/as nos podemos sentar en la misma mesa. 

Pero la llamada es universal y los enviados han de invitar a todo el que encuentren por el camino y en los cruces de los caminos, «buenos y malos». Todos y todas son llamados a participar de este banquete. Aunque esto significa el estar dispuesto a responder a esta llamada, a vestirse el «traje de fiesta», a participar del «banquete del reino» en el que nadie es excluido, donde todos y todas han de empeñarse en hacerlo posible.

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