martes, 19 de septiembre de 2017

Domingo XXV del tiempo ordinario, ciclo A - Mt 20,1-16

Una lectura superficial del evangelio de este domingo nos puede hacer pensar que el propietario de la viña, en la parábola de Jesús, es alguien que está haciendo un agravio comparativo a los trabajadores que se afanan todo el día frente a los que sólo trabajan una hora. Pero esto es sólo fruto de una lectura descontextualizada y pueril. Jesús no está hablando de trabajo y de sueldos. Está utilizando una imagen habitual entre sus interlocutores inmediatos, campesinos de Galilea, para expresar una realidad mucho más profunda: cómo actúa Dios con los seres humanos, con nosotros y nosotras, cómo dispensa su generosidad.

Dios desea ardientemente que nos acerquemos a su Palabra, a la «buena noticia» del Reino, a su amor incondicional, que nos sintamos pueblo de Dios (la viña es símbolo de Israel), y para Él el cuándo no tiene gran importancia; el tiempo es algo relativo. El «pago» que nos tiene reservado siempre es el mismo para todas y todos: el amor infinito, la felicidad plena, simbolizado en ese «denario» que era el jornal que habitualmente se cobraba por un día de trabajo, y que se recibía con gran alegría después de la dureza de la jornada.

Pero aún subraya una idea más: la preferencia por los últimos, éstos serán los primeros en el reino de Dios. Los criterios de prioridad de Jesús poco o nada tienen que ver con los cánones de este mundo, donde prevalecen los ricos y poderosos.

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