El evangelio de Juan subraya, en la narración de la última cena, el amor y el espíritu de servicio de Jesús. Está interpelando a la comunidad cristiana, a cada discípulo o discípula: no puedes ser seguidor de Jesús, no puedes participar plenamente de la Eucaristía si no haces tuyas estas actitudes; si no te haces el servidor de todos; si no estás dispuesto a ponerte a los pies de los demás.
La teoría la conocemos muy bien; nos la recuerda la liturgia de cada «Jueves santo»; la hemos leído – escuchado infinidad de veces. Jesús, también a nosotros cristianos y cristianas del siglo XXI, nos pregunta: «¿Comprendéis lo que he hecho?» Supongo que la totalidad contestaríamos que sí, que lo entendemos, que lo comprendemos. A nivel intelectual no tenemos ninguna duda, ninguna objeción. Pero, Jesús añade: «lo que yo he hecho…, hacedlo también vosotros» Ya no es lo mismo; aquí no habla ni de entender ni de creer, si no de hacer. La fe si no se traduce en vida, en actitudes es una quimera, una mentira.
La actitud que vive Jesús y que pide a sus seguidores es de amor: «habiendo amado a los suyos que estaban en el mundo, los amó hasta el extremo.» Y esta actitud puede significar hasta las últimas consecuencias (¿hasta la muerte?); pero habitualmente implica algo más normal, más común: estar siempre dispuesto para los demás; hacer propias las alegrías, pero también las angustias, los miedos, las necesidades del otro.
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