viernes, 30 de diciembre de 2016

Santa María, Madre de Dios - Lc 2,16-21

María, la madre de Jesús, es celebrada en esta festividad como la Madre de Dios, ya que en Jesús convergen las dos naturalezas: la humana y la divina. Pablo en la carta a los Gálatas (segunda lectura) «canta» la grandeza de Dios que nos «envió a su Hijo, nacido de una mujer», de María. Esta realidad, tan inmensa, ha posibilitado el que nosotros y nosotras hayamos recibido la adopción divina y podemos llamar a Dios: «¡Abba!», (Padre, Papá). María se ha convertido en protagonista secundaria, pero necesaria, imprescindible, de esta realidad tan inmensa, definitiva, que nos ha traído Jesús.

Ella, María, la madre de Jesús, «conservaba todas estas cosas, meditándolas en su corazón» (evangelio de hoy). Va descubriendo día a día los planes de Dios y los va viviendo en su propia carne, en la intimidad de la oración, que nace de una fe profunda: ella pondrá su voluntad y toda su existencia al servicio del plan amoroso divino. 

María es modelo de oración confiada, de fe inquebrantable, de escucha atenta de la Palabra de Dios, de hacer suya la voluntad de Dios, aunque no siempre la entienda plenamente, de servicio a los demás, de amor de donación... Ella es la Madre de Dios, la madre de Jesús, quien nos ha traído la libertad definitiva: «ya no eres esclavo, sino hijo».

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