martes, 29 de diciembre de 2015

Santa María, Madre de Dios - Lc 2,16-21

El evangelio que contemplamos hoy nos habla de admiración, seguida de proclamación, por parte de los pastores, los primeros testigos del nacimiento de Jesús, después de María y José. El misterio del nacimiento del Hijo de Dios, y al mismo tiempo hijo de María, se convierte en una acción de gracias y alabanza a Dios por parte de estos sencillos personajes. No han visto nada extraordinario, sólo a un niño envuelto en pañales y acostado en un pesebre. Pero ellos han descubierto en este acontecimiento la acción maravillosa de Dios, que como siempre rompe muchos de nuestros esquemas: no tiene nada que ver con las grandezas de este mundo. Y se convierten en los primeros proclamadores del don de Dios para toda la Humanidad, un anuncio que maravilla a todos los dispuestos a aceptar que Dios se manifiesta en lo humilde y sencillo.

María guarda en lo más profundo de su corazón todas estas experiencias y las medita en la intimidad de la oración. Ella va haciendo, poco a poco, el peregrinar de la fe. Va descubriendo lentamente, y viviendo en su propia carne los planes de Dios. Unos planes que no siempre entiende, pero en los que ha comprometido su existencia.

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