lunes, 24 de diciembre de 2012

La Natividad del Señor - Jn 1,1-18

El prólogo del evangelio de Juan, que la liturgia nos propone para la solemnidad de la Natividad del Señor, es una joya literaria junto a su profundidad teológica.

La Palabra de Dios no es sólo un texto escrito, tiene un rostro. Jesús, el Hijo de Dios, es la Palabra de Dios por antonomasia. Una Palabra que desde el principio de la Creación ha entrado en diálogo con el ser humano y que al final de los tiempos, en los que vivimos desde la encarnación del Hijo de Dios, ha tomado forma humana. Ha querido compartir con nosotros todo: nuestra carne, nuestros sufrimientos y nuestras alegrías, nuestros miedos y nuestras esperanzas…, todo lo que es humano.

Él ha venido a nuestro mundo, a nuestra casa. Y corremos el peligro de no conocerlo, de no recibirlo. Pero esta Palabra de Dios, que es Jesús, nos ofrece la posibilidad de sentirnos y de ser hijos de Dios. Para Dios-Padre ya lo somos, sólo falta que nosotros nos lo creamos, lo aceptemos, seamos consecuentes con esa dignidad a la que somos llamados.

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