lunes, 3 de diciembre de 2012

La Inmaculada Concepción de María - Lc 1,26-38

Iglesia de la Anunciación, Nazaret
Todas las advocaciones y títulos con las que se honra a María, la madre de Jesús, tienen su fundamento en el misterio de Jesús, el Hijo de Dios. No podemos perder nunca de vista esta perspectiva. Por esta razón, la liturgia, en la festividad de hoy, nos invita a leer, a escuchar, a contemplar el relato del anuncio a María del nacimiento de su Hijo. María va a ser madre del Hijo de Dios.

El evangelista nos muestra a una mujer abierta al plan de Dios; a la auténtica discípula capaz de ofrecer toda su existencia para que el designio de Dios para la Humanidad sea una realidad; colaborando plenamente para hacerlo posible. En esto consiste la grandeza de María: Dios ha querido la colaboración humana para traer la salvación, la liberación de todos los hombres y mujeres y se ha encontrado con el sí incondicional de María. «Para Dios no hay nada imposible», pero Dios no quiere nunca hacer nada sin nuestra cooperación: la de María es sin fisuras, sin condiciones.

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