martes, 7 de febrero de 2012

Domingo VI del tiempo ordinario - Mc 1, 40-45

Enfermo de sida
Jesús no hace ascos de enfermedades tan repulsivas como la de la lepra. Escucha los lamentos, la súplica de un necesitado y lo toca, sin preocuparse si esto significa que él quedará impuro por acercarse a un leproso. Su palabra, su gesto, su tocar limpia, purifica. Pero no quiere publicidad ni fama: «no se lo digas a nadie» Lo importante no es que la gente le admire o le alabe sino ayudar a quien lo necesita, a quien le pide auxilio.

Cuántas necesidades encontramos a nuestro alrededor y no sólo en el llamado Tercer Mundo, que también, sino muy cerca de nosotros. No podemos, no debemos pasar indiferentes ante tanto sufrimiento. El problema no es que se lo han buscado, o que son unos vagos, o sino trabajan es porque no quieren, o que mejor que se queden en su país, o… Si las necesidades de los otros, de nuestros hermanos, no nos conmueven debemos revisar si verdaderamente somos discípulos de Jesús. ¿Nos creemos, en serio, que son nuestros hermanos?

No hay comentarios:

Publicar un comentario