martes, 10 de enero de 2012

Domingo II del tiempo ordinario - Jn 1,35-42

Río Jordán, donde bautizaba Juan
Volvemos a encontrarnos con la extraordinaria figura de Juan Bautista. Al igual que señalábamos el domingo pasado, Juan desvía la atención de sus discípulos hacia Jesús; él no es el importante, sino el Maestro.

Dos discípulos del Bautista se convierten en seguidores de Jesús; a partir de ahora se han de fiar de él plenamente. Es tan significativo el encuentro que el narrador (¿uno de estos dos primeros discípulos?) recuerda hasta la hora: «serían las cuatro de la tarde» ¿Nuestra experiencia con Jesús, con su mensaje, nos ha marcado de la misma manera?

Los nuevos discípulos no pueden callarse lo que han experimentado. Han de compartirlo con otros: con sus amigos, sus familiares, sus conocidos. Y así Simón Pedro cuenta a su hermano Andrés: «”Hemos encontrado al Mesías”… y lo llevó a Jesús»

Nuestro entusiasmo por la figura y el mensaje de Jesús debe crear en nosotros la necesidad de compartirlo con todos los que nos rodean. Hemos de recuperar la ilusión y la pasión de nuestra fe, de nuestra esperanza, de nuestro amor.

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