El inicio del evangelio de hoy es alentador, ilusionante: «la gente se agolpaba alrededor de Jesús para oír la Palabra de Dios.» La Palabra de Dios entusiasma, sobre todo cuando se presenta con toda su fuerza transformadora, con toda su viveza, como lo hacía Jesús.
La «pesca milagrosa» es signo de que cuando se confía en esta Palabra, en la palabra de Jesús, los frutos son extraordinarios. Es la Palabra de Dios, y no nuestros cálculos, nuestros esfuerzos, nuestra autosuficiencia, la que produce el milagro.
La reacción de Pedro y de los demás discípulos es de admiración y de temor. Rudolf Otto, un famoso investigador del fenómeno religioso, habla de la manifestación de la transcendencia (de Dios) como «misterio tremendo y fascinante» Esta impresión es la habitual cuando cualquier hombre o mujer descubre la fuerza amorosa y transformadora de la Palabra de Dios. Ésta es la experiencia que viven los seguidores de Jesús, de entonces y de ahora.
La Palabra de Dios ha de estar presente en nuestras vidas, en nuestra lectura y oración diarias, en las reuniones comunitarias, informando toda la pastoral, en la vida de la Iglesia… En ella encontraremos el plan amoroso de Dios para nosotros, para la comunidad eclesial, para el mundo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario