jueves, 25 de febrero de 2010

Domingo II de Cuaresma - Lc 9,28b-36

La escena evangélica que nos propone la liturgia de hoy es la Transfiguración de Jesús, preanuncio de la resurrección de Cristo; consuelo para los discípulos ante los diversos anuncios de la pasión, muerte y resurrección del Maestro.

Además de los tres discípulos –Pedro, Juan y Santiago– aparecen en la escena, junto a Jesús, Moisés y Elías. Moisés y Elías son signo, personifican «la Ley y los Profetas», la Biblia hebrea, el Antiguo Testamento. La Escritura, la Palabra de Dios da testimonio de Jesús. Dicho testimonio también es avalado por Dios Padre: «Éste es mi Hijo, el escogido, escuchadle.» Toda una epifanía, una manifestación divina a favor de Jesús. Su mensaje, su vida, incluso su muerte tienen sentido; Dios está de su parte.

Los discípulos no terminan de entender, no comprenden la profundidad de lo que está pasando; tendrán que esperar a la resurrección de Jesús. Nosotros ¿entendemos plenamente el mensaje de Jesús? ¿Comprendemos que su muerte responde a su forma de vivir, a su predicación, a su forma de concebir el Reino de Dios?

La Revelación de toda la Escritura, de Dios apunta a Jesús; en Él está su plenitud. Nada será igual a partir de entonces. Nosotros, nosotras estamos invitados a continuar la realidad de Reino que Él inauguró.

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