Jesús se retira al desierto, llevado por el Espíritu Santo, durante cuarenta días. No es difícil descubrir una evocación de los cuarenta años del pueblo de Israel por el desierto, antes de entrar en la tierra prometida. De hecho, cada una de las tentaciones a las que es sometido Jesús recuerda las tentaciones y actitudes del pueblo en su peregrinar.
Jesús sí sale victorioso de la prueba. No cae en la tentación de utilizar a Dios para las propias conveniencias; ni se deja seducir por el prestigio y el poder; tampoco cede ante la fascinación de la espectacularidad, para iniciar su ministerio. El plan de Dios es lo realmente importante. La Palabra de Dios es lo definitivo. El reconocimiento, la adoración a Dios libera de todo tipo de esclavitudes.
El pueblo de Israel, en muchas ocasiones, no supo salir airoso de estas tentaciones, tan de siempre, tan actuales. Nosotros, hombres y mujeres de Iglesia, tampoco. Jesús es paradigma de que sí es posible. La respuesta está en la «buena noticia» de Jesús, en su Palabra, en su vida.
Aunque nunca debemos bajar la guardia; el mal siempre está al acecho, esperando cualquier momento de debilidad: «completadas las tentaciones, el demonio se marchó hasta otra ocasión»
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