lunes, 30 de mayo de 2016

Domingo X del tiempo ordinario, ciclo C - Lc 7,11-17

Jesús siente compasión de una mujer viuda que acaba de perder a su único hijo. La escena, que el evangelista sitúa en la aldea de Naín, está cargada de emotividad y de amor entrañable.

Las viudas era uno de los colectivos más frágiles en la sociedad mediterránea del siglo I. Al no tener esposo que las mantuviese y, en este caso, al quedarse sin hijos que la ayudasen, eran condenadas a la mendicidad o a la prostitución. Así que junto a la desgracia de la muerte de los seres queridos se añadía la tragedia de una vida sin futuro.


Jesús no es ajeno al sufrimiento humano, a la injusticias sociales que condenan a seres inocentes a situaciones dramáticas, trágicas. Y utiliza el poder de Dios para ponerse del lado de los más necesitados,  de los marginados.


El discipulado de Jesús ─nosotros y nosotras─ no podemos pasar de largo ante las situaciones de injusticia de nuestro alrededor, situaciones agravadas en estos tiempos de crisis. El ejemplo de Jesús nos interpela.

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