martes, 20 de marzo de 2012

Domingo V de Cuaresma - Jn 12,20-33

La respuesta de Jesús a Andrés y Felipe les debía parecer enigmática, difícil de asimilar. Ellos están contentos porque unos griegos, unos extranjeros preguntan por su Maestro, ¿qué prestigio, qué honor? debieron pensar. Y Jesús les hablará de gloria, pero no de la gloria a la que ellos se referían, la gloria efímera de la fama. «Jesús les contestó: “Ha llegado la hora de que sea glorificado el Hijo del hombre”» El Maestro les está hablando de la cruz, del martirio, del sufrimiento al que será sometido. Y ellos no entienden. No comprenden que el acto de gloria que significará la resurrección de Jesús implica pasar antes por la pasión, por la cruz, por la muerte. Y, como a cualquier humano, a Jesús le agita, le angustia el dolor y la muerte que intuye próximos; pero se pone en las manos de Dios-Padre, que son las mejores manos y el mejor consuelo en las situaciones difíciles, de sufrimiento.

El creyente actual, al igual que Andrés y Felipe, debe asumir el dolor y el sufrimiento, que en la vida nunca falta, desde la perspectiva del plan salvífico y glorioso de Dios.

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