Las palabras de Jesús, que escuchamos en el evangelio de este domingo, son un canto de alegría y de esperanza. Jesús habla de sus ovejas con gran amor; no habla de borregos sin criterio, sin capacidad de pensar por si mismos.
Dice de sus o
vejas que las conoce. En el lenguaje bíblico el verbo «conocer» es mucho más que una actividad intelectual; indica cercanía, compartir, intimidad, unión de mentes y de corazones… Jesús nos conoce así, –no como un número– sino como personas concretas, con las que comparte una relación intensa. Y nos ofrece Vida, una vida que no se acaba, vida eterna: nos entrega lo mejor que tiene. Y promete que siempre estará a nuestro lado; que nada ni nadie podrá «arrebatar» esta relación, esta unión. La garantía de que esto es así le viene, nos viene del Padre. Dios «supera a todos»; Él es el garante de la unión de todos los discípulos y discípulas con Jesús. Más aún, Jesucristo y el Padre son uno, imagen de la unidad a la que debe tender siempre la comunidad eclesial.
Y «sus ovejas» escuchan la voz de Jesús, su Palabra, y le siguen, y confían en Él. Toda una propuesta de vida. La Palabra de Jesús compromete, exige. El seguirlo significa que su Palabra ha «calado» en nuestras vidas y hemos aceptado la apuesta por el mensaje de Jesús, por los valores del Reino.
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