jueves, 22 de abril de 2010

Domingo IV de Pascua - Jn 10,27-30

Las palabras de Jesús, que escuchamos en el evangelio de este domingo, son un canto de alegría y de esperanza. Jesús habla de sus ovejas con gran amor; no habla de borregos sin criterio, sin capacidad de pensar por si mismos.

Dice de sus ovejas que las conoce. En el lenguaje bíblico el verbo «conocer» es mucho más que una actividad intelectual; indica cercanía, compartir, intimidad, unión de mentes y de corazones… Jesús nos conoce así, –no como un número– sino como personas concretas, con las que comparte una relación intensa. Y nos ofrece Vida, una vida que no se acaba, vida eterna: nos entrega lo mejor que tiene. Y promete que siempre estará a nuestro lado; que nada ni nadie podrá «arrebatar» esta relación, esta unión. La garantía de que esto es así le viene, nos viene del Padre. Dios «supera a todos»; Él es el garante de la unión de todos los discípulos y discípulas con Jesús. Más aún, Jesucristo y el Padre son uno, imagen de la unidad a la que debe tender siempre la comunidad eclesial.

Y «sus ovejas» escuchan la voz de Jesús, su Palabra, y le siguen, y confían en Él. Toda una propuesta de vida. La Palabra de Jesús compromete, exige. El seguirlo significa que su Palabra ha «calado» en nuestras vidas y hemos aceptado la apuesta por el mensaje de Jesús, por los valores del Reino.

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