jueves, 15 de abril de 2010

Domingo III de Pascua - Jn 21,1-19

El evangelio de Juan situará después de la resurrección de Jesús la escena de la pesca milagrosa. Junto a la catequesis sobre Jesús resucitado, que se hace encontradizo con sus discípulos, pero que sólo es posible reconocerlo plenamente a través de la fe, el narrador nos ofrece otros aspectos a considerar.

El primero es la fuerza de su «Palabra». Será ésta la que hará posible una pesca abundante, también el que no se rompa la red; incluso en situaciones que parece que ya no es posible hacer nada humanamente. La misión que ha encomendado a sus discípulos sólo es posible a partir de la Palabra de Jesús. En su Palabra eficaz el discípulo amado –todos somos el discípulo amado– reconoce al Señor.

Es Jesús quien también les ofrece alimento, participa con ellos de una comida sencilla, que él mismo les ha preparado. Dos «lugares» de encuentro con Jesús: su Palabra y la comida fraternal, que fácilmente nos evoca la Eucaristía.

Pero el texto también nos «habla» de amor de donación. La Palabra de Jesús y la Eucaristía fraternal desembocan necesariamente en el amor. La tarea que encarga a Pedro, apacentar, pastorear sus corderos y sus ovejas, sólo tiene sentido desde el amor, desde el servicio, desde la donación desinteresada. Pedro deberá pasar la prueba del amor, sólo en este crisol quedará probada su idoneidad como dirigente de la comunidad. Una capacidad que tiene mucho más de servicio que de poder, de entrega que de imposición, de amor entrañable que de pretensiones.

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