Descubrimos en el evangelio de hoy unos fuertes contrastes. Por un lado: miedo, incredulidad, falta de fe; por otro: paz, alegría, perdón, fe, Espíritu Santo.
Lo contrario a la fe es el miedo. El miedo paralizador es el primer síntoma del que no se fía, del que no cree, de quien no está convencido que Dios está de su lado. El motivo unas veces, las consecuencias otras, es la incredulidad y la falta de fe. Éste no es feliz, no tiene paz…
En cambio, la fe proporciona paz, interior y exterior; alegría, alegría que llena el corazón, «se llenaron de alegría al ver al Señor»; perdón, quien ha experimentado el amor de Dios siempre está dispuesto a perdonar; Espíritu Santo, «recibid el Espíritu Santo», dirá Jesús, después de desearles paz.
Dos perspectivas bien distintas, irreconciliables. Como creyentes, como comunidad eclesial de creyentes hemos de revisar dónde estamos de estas dos actitudes. No es posible que mantengamos que tenemos fe, mientras estamos dominados por miedos, pesimismo, tristeza, resentimientos… sin el convencimiento que el Espíritu Santo forma parte de nuestras vidas. Disfrutemos de la alegría del Espíritu, de la paz del Señor, del perdón al hermano, de nuestra fe-confianza en Dios.
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