martes, 10 de febrero de 2015

Domingo VI del tiempo ordinario, ciclo B - Mc 1,40-45

Prueba del SIDA
Las enfermedades de la piel (conocidas en el Antiguo Próximo Oriente como lepra) eran motivo de exclusión social y religiosa; de esto nos habla tanto la primera lectura como el evangelio de hoy.

Jesús, que no conoce ni admite acepción de personas y rechaza toda forma de exclusión o marginación, atiende a este ser humano, enfermo, que le suplica ayuda. Jesús le cura y el leproso «queda limpio». Le devuelve la salud y, sobre todo, su dignidad de persona, de «hijo de Abraham», que le habían negado. Pasa de ser alguien marginado social y religiosamente a una persona con honra. Pero Jesús no quiere publicidad, «no se lo digas a nadie», le requerirá. Sus acciones constatan el amor misericordioso de Dios, que toma forma humana en su persona. Y eso es lo único importante.

A nosotros nos gusta más el que nos reconozcan nuestros logros o las cosas buenas que hacemos. Nos agrada la palmadita en la espalda. El mensaje de este evangelio es otro. Todo ser humano es amado por Dios en si mismo, independientemente de su condición social o forma de ser. Ésta ha de ser también nuestra tarea: el batallar para que sea reconocida la dignidad humana de cada persona, sin exclusiones.

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