martes, 27 de enero de 2015

Domingo IV del tiempo ordinario, ciclo B - Mc 1,21-28

Jesús enseña con autoridad, afirma el evangelio de este domingo. Su forma de predicar y de actuar no responde al poder de la fuerza; que muchos confunden con la autoridad. La «fuerza» de su autoridad nace de la convicción que transmite en sus palabras y en sus actos, de la credibilidad de lo que dice y hace.

Su autoridad está al servicio de las personas concretas y no para provecho propio. Por eso el narrador nos cuenta, inmediatamente después de hablarnos de su autoridad, cómo Jesús libera a un hombre de una situación que lo esclaviza y no le deja ser él mismo (narración de la curación de alguien que tenía un espíritu inmundo). 

La autoridad en nuestras vidas, toda forma de autoridad (padre, madre, catequista, responsable de cualquier área, rector, obispo, gobernante, etc.: cada cual que se identifique, antes de aplicarlo a los otros) debe responder a la actitud de servicio. Subrayo lo de «servicio» con el propósito de que no se quede en palabras o en una declaración de intenciones, sino desde la convicción de que sólo sirviendo es justificable cualquier autoridad, y más desde la perspectiva de seguidores de Jesús. Una autoridad que no se impone, que nace de la convicción que transmite en palabras y obras.

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