jueves, 1 de enero de 2015

Domingo II después de Navidad - Jn 1,1-18

Este domingo leeremos y meditaremos el prólogo del evangelio de Juan. Estamos acostumbrados estos días a lecturas que nos han hablado del nacimiento de Jesús; es lo propio de la Navidad. Si la distancia cronológica con respecto a las narraciones navideñas son de aproximadamente dos mil años, no pasa así con este evangelio. Nos traslada al principio de la creación, a lo que los científicos llaman el «Big-Bang», al instante inicial. Pero nuestro interés en este comentario es teológico (aunque no obviamos lo científico). El evangelista sitúa la Palabra –que personifica a Jesús– al principio de la creación, junto a Dios, participando de la obra creadora.

La Palabra de Dios es la luz que alumbra a todo ser humano, que le posibilita que no viva en oscuridad continua, en una vida sin sentido. La Palabra de Dios, por amor, ha venido a nosotros. Se ha mezclado con nosotros, se ha hecho uno de los nuestros. Esa Palabra es el «Hijo único del Padre», aunque al mismo tiempo es una persona humana como tú y como yo.

Nada es igual, nada puede ser de la misma manera, a partir de la venida de Jesús. La Palabra de Dios no es sólo algo escrito, un libro, es algo vivo, es el Hijo de Dios. Nuestra vida personal, comunitaria, eclesial están llamadas a cambiar. Dios quiere el bien del ser humano, de todas las mujeres y de todos los hombres. No puedo, no tengo derecho a ser indiferente a esta realidad.

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