lunes, 1 de septiembre de 2014

Domingo XXIII del tiempo ordinario, ciclo A - Mt 18,15-20

Tanto la primera lectura, del profeta Ezequiel, como el evangelio de hoy señalan la responsabilidad del creyente ante el pecado del hermano o hermana, ante su debilidad. La fidelidad a la Palabra de Dios, al evangelio de Jesús, exige una preocupación exquisita por el prójimo. Pablo, en la carta a los romanos (segunda lectura), afirmará que el amor es la única deuda que debemos tener con los demás, ya que amando se cumplen todos los mandamientos.

El texto del evangelio pertenece al llamado «discurso eclesial», en el que se subraya las exigencias del perdón y del amor en la comunidad cristiana. Lo importante es que el hermano o la hermana no se pierda, aunque haya sido infiel, incluso gravemente. El proceso es de una delicadeza exquisita, primero exhortándolo/a a solas, en secreto; no criticándolo/a ni pública ni siquiera interiormente. El resto del proceso busca ayudarlo/a, no condenarlo/a. Aunque no siempre es posible: el otro, la otra son seres libres y hemos de respetar su libertad, aunque se equivoque.

Pero no puedo quedarme tranquilo/a si el/la hermano/a se pierde. Respetaré siempre su libertad, pero me uniré en oración comunitaria por el hermano o la hermana, para que Dios «toque» su corazón y sea consciente de su error. El amor es la medida de las relaciones comunitarias.

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