lunes, 29 de septiembre de 2014

Domingo XXVII del tiempo ordinario, ciclo A - Mt 21,33-43

Hoy vuelve a aparecer el tema de la viña como imagen del pueblo de Dios. Esta viña es objeto del amor y de los cuidados de su «propietario», que es el mismo Dios. Pero aquellos que tienen el encargo de mantener la solicitud por el pueblo de Dios son presentados en la parábola como egoístas y ávidos de poder, de manera que no se detienen incluso ante el asesinato. Jesús se está refiriendo a tantas situaciones históricas en las que los enviados de Dios, los profetas, aquellos que proclaman la Palabra de Dios no son bien acogidos por los que detentan el poder, cualquier forma de poder. La fidelidad de estos mensajeros del plan salvífico divino les lleva a arriesgar incluso su integridad física. La muerte de Jesús, el Hijo, es consecuencia de su forma de vivir y del mensaje que predica.

Cuantos hombres y cuantas mujeres, también hoy, arriesgan su vida por ser fieles a la «buena noticia» de Jesús, por proclamar los valores del Reino, por defender los derechos de los más pobres y los más débiles. Cuantas voces proféticas, también hoy, quieren ser silenciadas, porque estorban, porque no se dejan domesticar.

No se puede exigir a todos actitudes heroicas, pero sí el reconocer estas voces que nos recuerdan que las cosas pueden cambiar, que es posible un mundo más justo, que el plan de Dios es el bien de la humanidad, que el mensaje de Jesús sigue vivo, que valió la pena su muerte, que su resurrección es la garantía de que Dios Padre avaló, sigue avalando, su mensaje.

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