martes, 16 de septiembre de 2014

Domingo XXV del tiempo ordinario, ciclo A - Mt 20,1-16

Una lectura superficial del evangelio de hoy nos puede hacer pensar que el propietario de la viña, en la parábola de Jesús, es alguien que está haciendo un agravio comparativo a los trabajadores que se afanan todo el día frente a los que sólo trabajan una hora. Pero esto es sólo fruto de una lectura descontextualizada y pueril. Jesús no está hablando de trabajo y de sueldos. Está utilizando una imagen habitual entre sus interlocutores inmediatos, campesinos de Galilea, para expresar una realidad mucho más profunda: cómo actúa Dios con los seres humanos, con nosotros y nosotras, cómo dispensa su generosidad.

Dios desea ardientemente que nos acerquemos a su Palabra, a la «buena noticia» del Reino, a su amor incondicional, que nos sintamos pueblo de Dios (la viña es símbolo de Israel), y para Él el cuándo no tiene gran importancia; el tiempo es algo relativo. El «pago» que nos tiene reservado siempre es el mismo para todas y todos: el amor infinito, la felicidad plena, simbolizado en ese «denario» que era el jornal que habitualmente se cobraba por un día de trabajo, y que se recibía con gran alegría después de la dureza de la jornada.

Pero aún subraya una idea más: la preferencia por los últimos, éstos serán los primeros en el reino de Dios. Los criterios de prioridad de Jesús poco o nada tienen que ver con los cánones de este mundo, donde prevalecen los ricos y poderosos.

No hay comentarios:

Publicar un comentario