martes, 23 de octubre de 2012

Domingo XXX del tiempo ordinario - Mc 10,46-52

Oración comunitaria
La fuerza de la oración es incalculable. Bartimeo ruega, con todas sus fuerzas y toda su voz, al escuchar que pasa Jesús (ya que es ciego y no puede verlo): «Jesús, Hijo de David, ten compasión de mí» Su súplica es una oración que nace de la fe. Tiene tanta fuerza su oración que se ha convertido en una forma de oración habitual entre los cristianos orientales: la repiten, al ritmo de la respiración, haciendo una oración continuada, insistente, repetitiva…, desde la confianza, desde la fe.

Sólo la fe, la oración confiada produce el milagro. El relato evangélico es una catequesis sobre la fe; sin ella estamos ciegos. Como Bartimeo necesitamos desprendernos del «manto», de todo lo que nos ata a nuestro pasado, a nuestra ceguera, y dar «un salto» a una nueva realidad, la Buena Noticia de Jesús: «Y al momento recobró la vista y lo seguía por el camino» Apuntémonos a esta novedosa perspectiva, a los valores del Reino, al seguimiento de Jesús: ¡vale la pena!

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