martes, 26 de junio de 2012

San Pedro y san Pablo, apóstoles - Mt 16,13-19

La liturgia une en la misma festividad a estos dos gigantes de la Iglesia primitiva, Pedro y Pablo. Ambos sufrieron en sus carnes la cárcel, la tortura, el martirio. Nos lo recuerdan las lecturas que meditamos en este día: «estaba Pedro durmiendo entre dos soldados, atado con cadenas. Los centinelas hacían guardia a la puerta de la cárcel» (primera lectura); «yo (Pablo) estoy a punto de ser sacrificado, y el momento de mi partida es inminente. He combatido bien mi combate, he corrido hasta la meta, he mantenido la fe» (segunda lectura). Pero antes testimoniaron su fe en Jesús, «el Hijo de Dios vivo» (evangelio).

Las dificultades, el arriesgar la propia vida no les apartó de proclamar a los cuatro vientos la novedad del mensaje de Jesús. Ambos estaban convencidos que la Buena Noticia del Reino, que proclamaban, valía la pena. No sé si nosotros vivimos con similar intensidad nuestra fe, nuestras convicciones; si estamos dispuestos a darlo todo por los valores por los que ellos ofrecieron toda su existencia y su vida.

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