miércoles, 5 de octubre de 2011

Domingo XXVIII del tiempo ordinario - Mt 22,1-14


Jesús, en esta ocasión, compara el Reino de Dios con un banquete, haciéndose eco del festín mesiánico descrito en el primer Isaías (primera lectura). En el evangelio el banquete es una fiesta de bodas, del hijo del rey. «Todo está a punto»; todo está preparado, pero los convidados, los llamados no dan importancia a la convocatoria, no son capaces de percibir la «urgencia» de la invitación, se excusan del ofrecimiento. Y pierden la oportunidad de formar parte del Reino por su negligencia y su desidia, a pesar de que eran los «escogidos», los llamados.

La invitación, ahora, se ofrece a todos los que los «criados» (imagen de los profetas) encuentren por los caminos: marginados, publicanos, pecadores, prostitutas, etc. Ellos son los que participarán del banquete mesiánico, de la fiesta de bodas, del Reino de Dios.

El mensaje de la narración no puede pasar desapercibido. El pertenecer al Pueblo de Dios, a la comunidad creyente no es garantía de nada. Lo importante es la disponibilidad y la respuesta; el ser capaces de percibir la llamada de Dios y responder con la vida. Y, a veces, la respuesta a la llamada es respondida por quien menos pensamos, por quien rechazamos, por quien juzgamos indigno.

1 comentario:

  1. Este domingo queda claro que el banquete está servido para quienes quieren escuchar el llamado de Jesús. Curiosamente, quienes lo hacen, son los que menos imaginamos, los que condenamos y lastimamos: los que sufren y son excluidos en todo ámbito... ¿Seremos excluyentes nosotros?

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