miércoles, 12 de octubre de 2011

Domingo XXIX del tiempo ordinario - Mt 22,15-21

El evangelio nos presenta a dos enemigos irreconciliables, fariseos y herodianos, unidos para desprestigiar a Jesús. Los «piadosos», los más religiosos, representados por los fariseos, se alían con los «colaboracionistas», con los de moral más relajada. Que alianzas más curiosas se producen cuando se quiere hundir a alguien que molesta, que incomoda. Por eso Jesús los llamará hipócritas.

De todas formas lo que más nos interesa es la respuesta de Jesús: «Pues pagadle al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios.» Se han escrito muchos comentarios e incluso libros sobre esta afirmación tan curiosa y original. El núcleo de la respuesta de Jesús, no obstante, está en la segunda parte «a Dios lo que es de Dios».

Nuestras vidas llevan grabadas la imagen de Dios, y nuestra existencia ha de ser una respuesta a esta realidad. Le debemos a Dios la existencia, el sentido de nuestra vida, el amor entrañable que derrama sobre todos y cada uno de nosotros cada día, el don precioso de la fe, la salvación otorgada en Jesús, el reconocernos y ser hijos e hijas de Dios y, por tanto, hermanos de toda la humanidad… «Dar a Dios lo que es de Dios» es entrar en una dinámica bien distinta de la actitud hipócrita, que no busca ni la verdad ni el bien; es unirse a la forma de ser de Jesús y a su mensaje que acoge a todos.

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