domingo, 31 de octubre de 2010

Fiesta de «Todos los Santos» - Mt 5,1-12a


El inicio del llamado «Sermón de la montaña», en el evangelio de Mateo, la liturgia lo identifica (en los tres ciclos litúrgicos) con la «Fiesta de todos los santos». No es casualidad esta identificación. Los santos son todos aquellos que ya están disfrutando plenamente del amor de Dios y, por consiguiente, son los totalmente bienaventurados, los colmadamente felices. Utilizo los superlativos (plenamente, totalmente y colmadamente) para subrayar que la felicidad completa pertenece a la realidad escatológica. Pero, ¿hemos de esperar a la otra vida para verificar que los pobres o los que sufren, los empeñados en hacer un mundo mejor, los constructores de la paz, los comprometidos en la construcción del Reino de Dios… comiencen a vislumbrar que sus sufrimientos y esfuerzos no son vanos, a gustar de la felicidad?
Las «bienaventuranzas» van acompañadas de verbos la mayoría de ellas en futuro, pero curiosamente tanto la primera como la última rompen este esquema, están en presente: «de ellos es el reino de los cielos». El evangelio quiere comprometer a la comunidad cristiana (a la de entonces y a la de ahora) a cambiar la realidad que le rodea: es posible que los felices comiencen a ser los que ahora padecen privaciones o sufrimientos. El seguidor de Jesús –el hambriento y sediento de justicia, el misericordioso, el limpio de corazón, el constructor de la paz, el perseguido por hacer presente el Reino–, aunque sepa que su plenitud no podrá alcanzarla en este mundo, ya está empeñado en hacerlo factible, aquí y ahora.

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