Lucas continúa con el tema de la oración, a través de otra parábola de Jesús. En esta ocasión los personajes del relato son un fariseo y un publicano; es decir, un hombre religioso y otro señalado públicamente como pecador.
El cumplidor se siente satisfecho consigo mismo, con sus obras, con su piedad; cómo no va a ser así: él es una buena persona, respetable y religiosa; no como otros. Dios debe estar contento con él. En cambio, el pecador se considera indigno de acercarse a Dios, no es merecedor de su perdón y, por eso, lo implora. Su vida deja mucho que desear, incluso se siente incapaz de cambiar; pero pide perdón insistentemente a Dios. La justificación, el perdón de Dios, la salvación –afirma Jesús– llegará al segundo y no al primero.
La salvación, el perdón es gracia, es un don de Dios. Nadie es merecedor de ella. No podemos pensar que la merecemos, que Dios nos la debe. Dios no nos debe nada y podemos encontrarnos sin nada. Sólo quien es capaz de sentirse necesitado de Dios, de su perdón, de su salvación es capaz de entender esta parábola.
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