jueves, 28 de octubre de 2010

Domingo XXXI del tiempo ordinario - Lc 19,1-10


Hoy el protagonista, de la narración del evangelio, es un pecador, una de aquellas personas no recomendables socialmente, a las que se acerca Jesús. El Reino de Dios no es privilegio de unos pocos, está abierto a todos y a todas.
 
Zaqueo entra en escena presentado como «jefe de publicanos y rico»; una forma de decir que se había enriquecido gracias a su puesto privilegiado, al servicio del dominador romano. Desde la perspectiva de sus conciudadanos un ladrón y un traidor. Pero Jesús «ha venido a buscar y salvar lo que estaba perdido» Su perspectiva es inclusiva, no excluyente. Todos tienen cabida en la comunidad de Jesús, en el Reino de Dios.
 
No todos ven las cosas como Jesús: «todos murmuraban» Hemos de examinar cuál es nuestra actitud ante los que se acercan a nosotros, a la Iglesia. ¿Cómo vivimos la acogida eclesial?
 
Podemos caer en diversas formas de pre-juicios, de juicios previos, y negar la posibilidad del encuentro gozoso de tantas personas con Jesús. Cuanto bien podemos encontrar en «los otros», los que no son de los nuestros, si somos capaces de mirar –como Jesús– con una mirada limpia, abierta.
 
La actitud de Zaqueo, a partir de su encuentro con Jesús, es un ejemplo de lo que puede cambiar una persona. ¿Nuestra vida ha cambiado, somos más generosos, hemos aprendido a compartir… después de encontrarnos con Jesús?

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