jueves, 10 de junio de 2010

Domingo XI del tiempo ordinario - Lc 7,36–8,3

La protagonista del evangelio de hoy es una mujer anónima: «una mujer de la ciudad, una pecadora.» Debe ser una pecadora pública, ya que Simón el fariseo, quien ha invitado a Jesús, así la reconoce. La escena transcurrirá, principalmente, entre estos tres personajes: Jesús, la mujer y Simón. La imagen de la mujer es la de alguien que ha sufrido mucho, que ha sido maltratada por la vida y por las personas y, también, que ha llevado una vida de pecado, apartada de las reglas de comportamiento mayoritariamente aceptadas. Ella se acerca a Jesús, llora, no es capaz de levantar la vista, se siente indigna, sólo se atreve a enjugar, besar y perfumar los pies del Maestro.

El fariseo –como con frecuencia hacemos todos nosotros y todas nosotras con tantas personas– piensa, juzga que ella es alguien no recomendable; una mujer con la que lo mejor es no relacionarse, al menos públicamente; una compañía incómoda.

Sólo Jesús es capaz de descubrir en ella amor; un amor que relativiza todo lo demás. Por eso, la ofrece perdón, que es otra forma del amor. El amor, el perdón tienen la fuerza de cambiar a las personas, y eso Jesús lo sabe, y lo practica.

El mensaje para lo comunidad de creyentes es en esta línea: hemos de estar dispuestos a amar antes de juzgar. El amor, el perdón cambian a las personas y transforman la sociedad.

2 comentarios:

  1. Que verdad es que el amor puede más que el juzgar o criticar

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  2. Es verdad que el juicio destruye la comunidad y el amor de Jesús une en el Espíritu.

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