De la misma manera que la resurrección de Jesús aconteció «el día primero de la semana», es decir, el domingo, la venida del Espíritu Santo coincide en este mismo día de la semana. El domingo, ya en las primeras comunidades de creyentes, va adquiriendo un valor nuclear.
El Espíritu Santo actualiza el mensaje y los gestos de Jesús. Es un don del mismo Jesús. Y esta donación va acompañada de paz, de alegría, de perdón, de amor, de evangelización.
Nuestras celebraciones dominicales también deberían hacerse eco de estas actitudes, conscientes de que el Espíritu Santo está presente en medio de nosotros: Él hace posible entender el mensaje de Jesús; Él es el que posibilita comprender plenamente las Escrituras; Él actualiza la presencia de Jesús en nuestras Eucaristías; Él se hace presente en nuestras vidas y en las de nuestras comunidades; Él es quien contagia paz, alegría y perdón y nos propone compartirlo con todos los que nos rodean.
La participación dominical en la doble mesa de la Palabra y de la Eucaristía ha de ser el punto de partida semanal para vivir esta realidad durante toda la semana.
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