lunes, 20 de marzo de 2017

La Anunciación del Señor - Lc 1,26-38


Dentro de nueve meses volveremos a celebrar la Navidad, el nacimiento de Jesús, el Hijo de Dios y, al mismo tiempo, el hijo de María. Esto es lo que anticipamos en la fiesta de la Anunciación del Señor.

De la misma forma que la carta a los Hebreos (segunda lectura) y el salmo de hoy nos recuerdan una actitud de Jesús, y anteriormente del salmista, de entrega incondicional a la voluntad divina, «aquí estoy, oh Dios, para hacer tu voluntad», también se puede aplicar a María, que entendió toda su existencia como una entrega libre y amorosa a la voluntad de Dios: «Aquí está la esclava del Señor; hágase en mí según tu palabra.»

La actitud del discípulo y de la discípula de Jesús –María fue la primera– está en la misma línea, conscientes de que el plan amoroso de Dios para la Humanidad es lo mejor que nos puede pasar. Y, por consiguiente, he de poner todo mi empeño, toda mi vida, todo mi obrar en comenzar a construir ya aquí y ahora el reino de Dios («venga a nosotros tu reino», aún conscientes de que no será en este mundo donde alcanzará su plenitud, pero sí se inicia; en el empeño de que cada hombre y cada mujer reconozca en el otro su hermano y su hermana; en que sea respetada la dignidad de toda persona humana…

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