Dos
actitudes nos propone Jesús en el evangelio de este domingo: la humildad frente
a la soberbia y la hospitalidad con los pobres y los últimos frente a las
apariencias interesadas.
Lo
nuestro, lo «natural» es que busque el primer puesto, el ser considerado, la
palmadita en la espalda, la fama fácil, el que me consideren más importante
que...
Cuantas
veces mis actitudes de soberbia dificultan la convivencia familiar,
profesional, comunitaria, eclesial. Y esto ocurre cuando no escucho porque qué
me van a enseñar a mí, cuando critico de forma despiadada porque considero al
otro una amenaza, cuando lo único que cuenta es mi criterio, cuando no soy
apreciado como creo que me merezco, etc.
La otra
actitud está en la misma línea. Jesús nos invita a estas abiertos, a ser
generosos con «pobres, lisiados, cojos y ciegos». Yo, en cambio, prefiero que
los que me rodean admiren mi generosidad, que elogien mi forma de ser, ser
importante entre los importantes. Lo que nos propone Jesús no da prestigio, no
se entera nadie y, entonces, ¿para qué sirve?
La
perspectiva del Reino de Dios va por otro camino. Sólo tenemos cabida, junto a
los pequeños, si los valores de la humildad, de la sencillez, del servicio
desinteresado son prioritarios en nuestras vidas y en nuestras comunidades.
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