Jesús resucitado se hace el encontradizo con los
discípulos, vemos en el evangelio de hoy. Será su Palabra la que hará posible
una pesca abundante, también el que no se rompa la red. La misión que ha
encomendado a sus discípulos sólo es posible a partir de la Palabra de Jesús.
En su Palabra eficaz el discípulo amado –todos somos el discípulo amado–
reconoce al Señor. Es Jesús el que también les ofrece alimento, participa con
ellos de un banquete sencillo. Dos «lugares» de encuentro con Jesús: su Palabra
y la comida fraternal, que fácilmente nos evoca la Eucaristía.
Y añadirá un tercer elemento, que ya está insinuado
en los anteriores: el amor de donación. La tarea que encarga a Pedro,
apacentar, pastorear sus corderos y sus ovejas, sólo tiene sentido desde el
amor, desde el servicio, desde la donación desinteresada. Pedro deberá pasar la
prueba del amor, sólo en este crisol quedará probada su idoneidad como
dirigente de la comunidad. Una capacidad que tiene mucho más de servicio que de
poder, de entrega que de imposición, de amor entrañable que de exigencias...
La centralidad de la Palabra de Dios, la
participación fraternal en la Eucaristía, los diversos carismas entendidos
siempre como servicio nos marcan el camino de la misión que Jesús ha
encomendado a sus discípulos, a su Iglesia.
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