El
evangelio de hoy nos habla de la fe de una mujer extranjera. Habitualmente los
«modelos» de fe eran hombres judíos piadosos. Jesús no está atado a
condicionamientos sociales, y nos muestra como el don más precioso que es la fe
se hace presente en una mujer, que además es extranjera y, por tanto, llamada y
considerada una «perra» por sus conciudadanos (los judíos llamaban «perros»
despectivamente a los extranjeros y Jesús aprovechará esta circunstancia para
demostrar el grave error de este criterio).
La
oración de esta mujer se convierte en súplica, en grito desgarrador: «viene
detrás gritando», en confianza plena en Jesús, en fe sencilla. Jesús no tiene
más remedio que alabar públicamente la fe de esta mujer: «mujer, qué grande es
tu fe», y escuchar su ruego, su demanda. La fe lo puede todo y no conoce
diferencias de género, de raza o de cultura.
Esta
mujer es presentada por el evangelista como modelo de creyente, de discípula,
de oración confiada e insistente. Qué fácil es poner etiquetas a la gente,
sobre todo a quien es diferente de nosotros. Nos podemos encontrar con
auténticas sorpresas, como en el evangelio.
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