martes, 5 de agosto de 2014

Domingo XIX del tiempo ordinario, ciclo A - Mt 14,22-33

Después de la escena de la multiplicación de los panes y de los peces, el evangelista sitúa a Jesús –después de despedir a la gente– pasando la noche, solo, en oración. Para Jesús la plegaria es una necesidad vital; todo su obrar nace de su íntima relación con el Padre. No es que siempre esté rezando, pero necesita la frecuencia de la oración para hacer, para actuar, para ponerse al servicio de los demás.

La siguiente escena nos habla del miedo como la actitud contraria a la fe. El que tiene fe se fía, confía. Lo contrapuesto es el miedo, la falta de confianza, la desesperanza. Cuantos miedos externos y/o internos nos paralizan, nos dificultan, nos imposibilitan vivir y compartir la alegría de la «buena noticia» de Jesús. Miedo a los cambios, miedo a lo que piensen los demás, miedo a las dificultades, miedo a la sociedad, al mundo, miedo a un ambiente hostil, miedo al futuro, miedo a la libertad (la propia y la de los demás). Jesús nos ofrece su mano, nos anima: «no tengáis miedo»

La mujer y el hombre de fe se fían de Jesús, saben que la Iglesia, la sociedad, el mundo, la humanidad están en las manos de Dios y no pueden estar en mejores manos. Confían en que es el Espíritu Santo quien dirige la historia y que ésta sólo puede ir hacia adelante, hacia su destino definitivo. Y lo hacen desde una actitud profunda de oración, una oración que les compromete la existencia.

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