En
el evangelio de este domingo encontramos unidas dos realidades que con
frecuencia parecen enfrentadas: el amor y el cumplir unos preceptos. Pero la
oposición sólo es aparente: quien ama siempre está dispuesto a hacer lo que
complace a la persona amada, y más si es algo bueno para los dos. Los
mandamientos de Jesús no son unos preceptos arbitrarios o injustos. Son las
indicaciones del camino para llegar al Padre, para que cada persona alcance la
plenitud de sus posibilidades humanas. Y Jesús quiere de sus discípulos que se
embarquen en ese camino, el único camino de la felicidad plena.
Dios
establece con nosotros una relación de amor, Él toma la iniciativa. Dios nos
ama de una forma única y personal. Quiere quedarse con nosotros, mejor, en
nosotros. Jesús no nos quiere dejar solos, por eso pide al Padre, que nos envíe
«otro Defensor», Alguien que interceda por nosotros constantemente, como ya lo
hace el mismo Jesús, por eso habla de «otro», porque Él ya lo es. Nos ama con
una intensidad excepcional.
Esta
correspondencia de Dios Padre, Hijo y Espíritu Santo con el cristiano y la
cristiana, con la comunidad eclesial, es una relación que afecta a todos nuestros
criterios y valores, es una forma nueva de conocer, de amar, de vivir.
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