Dios es
un padre amoroso que acoge a todos, que está «loco de amor» por cada uno de
nosotros; aunque seamos malos hijos, aunque nos cueste aceptar al otro como
hermano, porque es distinto, porque no es de los nuestros, porque no es de los
«buenos»...
Es un Padre que nos devuelve la
dignidad de «hijos de Dios», por mucho que la hayamos pisoteado, que está
esperándonos siempre con los brazos abiertos, que hace una fiesta esplendida
cuando volvemos, sin tener en cuenta lo que hemos hecho, por grave que sea, por
mucho que se haya sentido –con motivo– despreciado por mí y por mi conducta. Lo
que cuenta es la vuelta. La alegría inmensa es volver a encontrar al hijo, a la
hija, que se habían perdido.
Pero también nos pide a nosotros, los
que quizás no nos hemos ido, pero tampoco hemos entendido el amor gratuito del
Padre; nos solicita que tratemos al otro como un hermano, como una hermana: mi
hermano, mi hermana. Nos demanda que entendamos que el ser cristiano o cristiana
no es vivir la vida de una forma rutinaria, seguir por costumbre, ir tirando...
La «Buena Noticia» de Jesús es que Dios es mi Padre y que cada ser humano es mi
hermano. Y esto es una constatación y un reto. No puedo estar indiferente ante
lo que le pasa a mi hermano, a mi hermana.
No hay comentarios:
Publicar un comentario