En el terrado de arriba, hemos enterrado a mi suegra
Antonia, sus cenizas, debajo de un olivo… Antonia falleció el día 17, del mes
pasado.
No sé cómo, en un momento del día me encontraba a solas con
ella, conversando. Le hablaba mentalmente…
─Antonia, ¿cómo estás? Sé que en algunos temas –menores– no estábamos
siempre de acuerdo, pero eso no es lo importante… ¡Te echo de menos!
[…]
¿Te has encontrado con mi padre? Espero que le hayas dado un
abrazo de mi parte. ¡Seguro que sí!
[…]
Y silencio, silencio expresivo, más expresivo que las
palabras.
─«Padre nuestro, que estás en los cielos…»
Sois los primeros con quien comparto esto. De hecho, pensaba
quedármelo para mí; entre el Señor, Antonia y yo… Pero, he sentido necesidad de
ponerme a escribir, de comunicarlo. Y es que creo en la Vida , la Vida con mayúsculas, de la
que ya participan mi suegra, mi padre, mi abuelo, mi tía Inés…
Recuerdo, de cuando estudiaba en la Facultat de Teologia de
Catalunya, un libro de un profesor, de Mn. Josep Gil, Els morts no
envelleixen (Los muertos no envejecen). Me acuerdo que comentaba que para
los difuntos el tiempo ya no cuenta. Ya no pertenecen a la perspectiva temporal:
ya no cuentan ni pasan los años, ni los meses ni los días. Forman parte de la
eternidad de Dios. Ya están disfrutando del abrazo paternal de Dios-Padre.
Sí, ¡creo en la resurrección!. Esa es mi fe. Estoy
plenamente convencido. Me fío de la
Palabra de Jesús, de la Palabra de Dios.
Porque si los muertos no resucitan, tampoco Cristo ha resucitado.
Y si Cristo no ha sido resucitado, vana es vuestra fe; aún
estáis en vuestros pecados. En este caso, también los que durmieron en Cristo
están perdidos.
Si nuestra esperanza en Cristo sólo es para esta vida, somos
los más desgraciados de todos los hombres.
Pero no. Cristo ha sido resucitado de entre los muertos, primicias
de los que han muerto. (1Cor 15,16-20)
Creo que mis familiares, mis amigos… que ya no están físicamente
conmigo, con nosotros, siguen estando. Ya no pertenecen al tiempo, a nuestro
tiempo que corre inexorablemente, para pararse de golpe. Son ya eternos, han
resucitado, son plenamente felices, nos están esperando…, pero no tienen prisas.
Gracias, por compartir esos momentos tan íntimos con el resto de personas que hemos tenido la gracia de vivir experiencias muy similares.
ResponderEliminarUn abrazo.
Enrique