viernes, 1 de julio de 2011

Domingo XIV del tiempo ordinario - Mt 11,25-30

El evangelio de este domingo es uno de los textos más bellos del Nuevo Testamento. Jesús se dirige a Dios familiarmente como Abba-Padre: cinco veces aparece esta expresión en sólo tres versículos. La relación entre Jesús y Dios-Padre es intensa, estrecha, íntima, familiar. A una relación similar con Dios es invitada la comunidad creyente; somos convidados.

Jesús entona un cántico de alabanza a Dios-Padre porque se ha revelado; el mismo Hijo se une a esta revelación divina: Él es la revelación del Padre. Pero no todos son receptores de esta revelación, sólo los sencillos, los pequeños, los simples. Los «sabios y entendidos» están demasiado absortos en su prepotencia para percibir esta revelación, a ellos les ha sido escondida.

El amor de Dios, manifestado de forma diáfana en Jesús, es ofrecido a todos sin igual. Aunque no todos están (estamos) preparados para percibir este amor, esta revelación. Jesús nos invita a reconocer a un Dios todo amor en su forma de vivir, en su predicación, en su mensaje… Sólo desde la sencillez, desde la pequeñez, desde la humildad; no sintiéndonos nunca más inteligentes o mejores que los demás; desde la mansedumbre… podremos participar de esta revelación amorosa y única de Dios.

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